Estamos cuando estamos. Nunca antes. 

ALFREDO POMPOM (bombo, platillo, tenor, botellita de anís y cencerro)

Por los vastos salones de la noble Corte resuena el eco de los golpes firmes y rítmicos de Don Alfredo, maestro del bombo y tamborilero de renombre. Con su diestra golpea el parche, cual trueno que despierta a los durmientes, y con la siniestra guía el compás, cual río que fluye sin tregua.

No hay fiesta en palacio que no le reclame, pues sus redobles enardecen los ánimos y sus toques hacen danzar hasta al más encorsetado caballero. Se dice que, cuando el vino corre y las copas se alzan, los señores y damas de la Corte murmuran con orgullo: "¡Es Don Alfredo quien guía esta algarabía, con su bombo como cetro de mando!"

Mas no solo toca por la gloria de los banquetes. En los campos abiertos, bajo el cielo estrellado, acompaña a los juglares y trovadores, marcando el ritmo de sus cantares mientras las antorchas alumbran las sonrisas de la plebe. Su tambor resuena como el corazón mismo de la tierra, uniendo a todos en un latido común.

Don Alfredo, fiel tamborilero, no busca más pago que el eco de su música en los corazones de quienes le escuchan. En la Corte, se dice que, aunque el Rey manda con palabras, es el bombo de Alfredo el que gobierna las fiestas. Y así, de fiesta en fiesta, de golpe en golpe, su fama perdura como el compás eterno de sus redobles.

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