Estamos cuando estamos. Nunca antes. 

LA SEÑORA DE LA FLOTA NAVAL (tenor, piano, clarinete)

DOÑA MARÍA DE LA FLOTA NAVAL DUQUESA DEL BARRERO, Y PRIMERA DAMA DE LA CASA DEL CAPULLO, ENEMIGA DEL ARCHIDUQUERY DE FERIA ES LA QUE TODO LO SEÑALA Y ANSIA YA CON GANAS CONSEGUIR SU ANHELADO BASTÓN DE MANDO. TRATA CON PRECAUCIÓN Y ACUSA UN MONTÓN, CADA VEZ QUE MUEVE SU CETRO UN SEÑALADO QUEDA MARCADO. 

En la villa de Caepión, donde las olas rompen con brío sobre la arena y el aire huele a sal y moscatel, resuena el nombre de María de la Flota Naval. Su figura es conocida en cada esquina del reino: la dama de la rosa ensangrentada, la de la mirada que corta y la palabra que hiere tanto como un acero bien templado.

Nació entre mareas y vientos, hija de las aguas que dan vida al puerto y de una estirpe que jamás dobló la rodilla ante nadie. Desde niña aprendió que quien no gobierna el timón acaba siendo arrastrado por la corriente. Por ello, María no pide, María dispone; no clama, ordena. Su andar, firme y decidido, recuerda al de un capitán que cruza la cubierta en plena tormenta.

Su emblema, una rosa de rojo carmesí con espinas manchadas, es más que un símbolo. Es un aviso. María no rehúye el combate político, ni los pactos sellados con sonrisas falsas y palabras dulces. En los salones del castillo, su voz suena como la jarcia en la tormenta: tensa, fuerte, implacable. Quien la escucha, sabe que ha sido advertido.

Se dice que su enemistad con el Archiduquery de Feria nació una noche de verbena, cuando él, con su eterna sonrisa, osó ridiculizar su estrategia naval frente a los mercaderes del puerto. María, con calma, le respondió:

—Feria es el arte de engañar al pueblo con luces y promesas; la flota, en cambio, es el músculo que lo alimenta.

La carcajada de los presentes fue su triunfo; la mirada helada del Archiduquery, su desafío eterno. Desde entonces, sus movimientos se cruzan como barcos en niebla espesa, ninguno dispuesto a ceder el paso.

Pero María no solo libra batallas en el salón. Su astucia es conocida también en las tabernas del puerto, donde los pescadores dicen:

—Si la dama de la flota habla, hasta el mar se recoge a escuchar.

Sin embargo, no todo en su vida es acero y sal. Algunos murmuran que en noches de luna llena, cuando la marea sube, María camina sola hasta el espigón y allí, entre el arrullo de las olas, habla con su reflejo. ¿Habla con su ambición o con su soledad? Nadie lo sabe, pero las viejas del mercado aseguran que esas noches el aire huele distinto, como si la mar entendiera su melancolía.

Así es María de la Flota Naval: una rosa que no permite ser cortada, una navegante que no deja que su barco pierda el rumbo. En la guerra de intrigas de Caepión, ella es la tormenta que no cesa, la flor que nadie puede arrancar sin sangrar.

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