EL BARÓN DON JAVIER DÍAZ DE LOS QUINTEROS Y ABASCAL SEÑOR DE LAS TIERRAS DEL CENTRO DE LINAJE DE ALTA CUNA, TRAIDOR DE LA CASA AZUL, Y HERMANO DE LOS VIZCONDES DE CUBA. ESPERA CON CALMA QUE LLEGUE EL MOMENTO, CON SU PORTE Y SU PLANTA EL VA MUY CONTENTO.
En el vasto entramado de intrigas que conforman la corte de Caepión, se alza una figura que camina firme entre rumores y sospechas: Javi Díaz de los Quinteros Ortega Smith y Abascal, Barón de las tierras del centro, guardián de murallas y centinela de la seguridad del reino. Su porte es recto, su gesto severo y su ambición, afilada como punta de lanza.
Su andar no es el de un cortesano ligero ni el de un trovador risueño. Javi pisa el suelo con la firmeza del soldado que sabe que cualquier resquicio es una invitación al enemigo. Su capa de terciopelo verde oscuro, orlada en plata, ondea tras él como una advertencia, y su espada, siempre al cinto, brilla al sol para recordar que la paz es un espejismo y el peligro, una constante.
Dicen que nació en una familia de alta cuna, donde el deber fue su primera enseñanza y la lealtad su segunda. Pero la lealtad de Javi, como las mareas de Caepión, ha cambiado de dirección con el tiempo. Fue aliado de Isabel Jurado, mano derecha en su tiempo de gloria, pero abandonó la Casa Azul cuando la corriente política cambió. Desde entonces, su nombre quedó grabado en las crónicas como el "Barón Errante", aquel que cambió de bandera sin cambiar su ambición.
—¡Traidor a la Casa Azul! —le gritaron una vez en la plaza del mercado.
—Leal al reino, no a los colores —respondió, y su espada salió de su vaina solo lo justo para que el sol destellara en la hoja.
Desde entonces, pocos se atreven a cuestionarlo abiertamente.
Javi es el centinela incansable. Recorre las murallas al amanecer, inspecciona las tropas al mediodía y pasa revista a los almacenes al anochecer. Su obsesión es la seguridad del reino, aunque algunos murmuran que su verdadera obsesión es el poder. Sabe que el trono es inestable, que el Rey se pierde entre copas y posadas, y que el Archiduquery de Feria juega a ser marionetista entre ferias y engaños.
Su relación con María de la Flota Naval es un enigma. Se enfrentan en público con gestos altivos y palabras cortantes, pero el pueblo recuerda aquella noche en que fueron vistos hablando junto a la torre del puerto. Borja, el Trobador Postulante, compuso una copla al respecto:
"Junto al puerto, a media noche,
el Barón y la Naval,
entre espinas y reproches
tejieron pacto mortal."
Al oírla, Javi solo apretó los labios y desvió la mirada. María, en cambio, sonrió con esa media mueca que desconcierta a sus enemigos. ¿Acaso existe una alianza oculta? ¿O fue aquella charla un duelo más de su eterna pugna?
Javi Díaz no deja nada al azar. Conoce cada acceso, cada pasadizo del castillo, cada guardia que cambia su puesto. Su obsesión por el orden es tal que se rumorea que, al visitar la bodega real, organizó las barricas por fecha, tamaño y procedencia, lo que enfureció al bodeguero, pero agradó a Pepe Mellado, quien alabó su "visión estructural del caos".
Pero el Barón no es solo orden y acero. En las noches de ronda, cuando las calles están desiertas y la luna baña con su luz las murallas, se le oye murmurar:
—Caepión es fuerte si las murallas resisten… pero la mayor grieta está en las palabras.
Por eso no tolera a Borja, el Trobador Postulante. Sabe que una copla puede hacer más daño que un ariete, y que una rima bien lanzada desarma la moral de las tropas. Más de una vez ha intentado prohibirle actuar en las plazas, pero el pueblo lo protege y el Rey, perdido en sus fiestas, nunca firma el decreto.
El Barón Javi es, en esencia, un soldado en una guerra de palabras. Defiende el reino con disciplina férrea, pero sabe que su espada no alcanza las lenguas que conspiran en las sombras. Y por eso, en su interior, sabe que la lucha por el poder no se libra en las murallas, sino en las tabernas y en las canciones.
Quizá, algún día, abandone su rigidez y aprenda a bailar al compás del 3x4. Pero hasta entonces, seguirá vigilante, con la mano en la empuñadura y la mirada fija en el horizonte, esperando el golpe que siempre sospecha pero nunca llega