EL QUE TODO LO CUENTA, EL QUE TODO LO ESCRIBE, EL QUE UNE AL PUEBLO A SEÑORES EN CASTILLOS, PLAZAS Y JARDINES. INFUNDE EL CANTE DE SUS HISTORIAS INAUDITAS, A NIÑOS Y NO TAN NIÑOS QUE LES GUSTA LA PALABRITA.
Borja, el trovador que nunca ve lo que mira, pero siempre ve lo que otros callan. De la Casa del Gato Cegato, su figura es bien conocida en Caepión. Alto de palabra y corto de vista, recorre calles y plazas con su inseparable tablero al hombro, donde anota con trazo firme las verdades que la corte oculta y los rumores que el pueblo susurra.
Dicen las malas lenguas que su ceguera no es más que un engaño, una artimaña que le permite escuchar lo que los demás no se atreven a decir en presencia de ojos atentos. Borja es maestro en el arte de estar sin ser visto, de aparecer como simple curioso mientras su mente afila cada frase que después postulará en las plazas.
Su escudo, un gato de ojos entrecerrados y sonrisa taimada, es reflejo de su arte: ve poco, pero entiende mucho. Y su lengua, afilada cual daga morisca, no conoce dueño ni señor. Porque Borja no canta para halagar, canta para incomodar. Donde hay trono, allí llega su verso; donde hay pacto secreto, allí retumba su copla.
—¡Borja, el cegato, lengua de víbora! —le gritan a veces desde las almenas.
—¡Cegato sí, pero tonto no! —responde él, con media sonrisa, antes de entonar una copla que deja al noble en ridículo.
Su fama le precede, y su tablero es su arma. En él, con letras torcidas por el pulso que las prisas le imponen, anota las alianzas cambiantes, los gestos sospechosos, las miradas furtivas. Y luego, en mitad de la plaza del mercado, se planta con las piernas abiertas y el pecho al viento, proclamando:
—¡Oíd, buen pueblo de Caepión!
Que el Rey, perdido en su posada,
promete honor y razón,
mas la bota tiene empapada.
Y así, entre risas y murmullos, Borja desvela lo que todos sospechan pero nadie osa confirmar.
No es raro verlo junto a los Juglares de Caepión, compartiendo taberna y juerga. Su relación con Kim es de amor y catástrofe: el uno exagera con la voz y el otro con la palabra. Alfredo, el herrero pintor, dice que Borja no sabe cuándo callar; y Jesús asegura que sus rumores viajan más rápido que sus propios vientos traseros.
Pero Borja no se ofende. Sabe que, en esta corte de mentiras, su verdad es la única que queda en pie cuando la fiesta termina. Y aunque su visión sea turbia y sus ojos no alcancen las caras, su lengua y su ingenio alcanzan los corazones.
Que nadie se fíe de su bastón y su caminar errante: Borja es el trovador que guía a Caepión a golpe de rima, y quien menos lo espera acaba siendo verso en su próximo pregón