De Jesús, el trovador y mercader de pinturas
En los pasillos y plazas de la Corte, entre las risas y el bullicio de trovadores y mercaderes, destaca Jesús, el guitarrista errante cuyo arte no solo nace de las cuerdas, sino también de los tarros y brochas que lleva consigo. Porque, además de trovador, Jesús es un vendedor de pinturas, no para lienzos delicados, sino para las paredes que sostienen el día a día del mundo.
Con la guitarra al hombro y su carreta repleta de colores, recorre pueblos y cortes, cantando sus canciones mientras ofrece su mercancía. "Un canto para el alma y un color para tu muro," dice, mientras las damas se maravillan de su ingenio y los caballeros ríen con su chispa. Y aunque sus trovas llenan los corazones de historias, sus pinturas llenan los hogares de vida.
Jesús tiene el don de convertir cada parada en una celebración. Canta de amores y desamores, de días de trabajo y noches de juerga, y mientras su público se pierde en el ritmo de su guitarra, él aprovecha para mostrar sus botes de pintura. "Con este rojo arderá tu casa en pasión," promete, "y con este azul dormirás bajo cielos eternos." Y siempre, entre risas y bromas, alguien acaba llevándose un tarro, porque la magia de su palabra es tan poderosa como la de su música.
Pero no es solo un comerciante. Jesús encuentra en su dualidad un refugio del mundo frenético. La trova le permite soñar, evadirse, volar entre notas y versos, mientras el comercio le da un ancla, una razón para pisar tierra firme. Y entre canciones y ventas, se convierte en un personaje único, un puente entre la fantasía de la música y la realidad del trabajo diario.
Así, Jesús sigue su camino, dejando tras de sí muros pintados, corazones contentos y risas resonando en las tabernas. Porque en su andar no hay solo acordes ni colores, sino un alma que mezcla lo sublime de la trova con lo práctico de la brocha gorda, mostrando que el arte y el oficio pueden caminar de la mano.