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Los juglares arrancan fuerte

17.02.2025

¡Oíd, oíd, buen pueblo de Caepión!

¡Hoy, día de gozo y desenfreno, los Juglares del Diezmo han tomado las calles con su música desbocada y sus coplas sin medida! Desde la primera campanada del alba, se oyó el retumbar de tambores y el bramido del bombo que, cual trueno festivo, despertó a toda la villa. Con guitarras alborotadas, bajos rugientes y gargantas sin pudor, estos trovadores han desatado el carnaval eterno que hoy inunda Caepión. A la cabeza de la comitiva, el Maestre Copeky, señor de las notas y capitán del compás, alzaba su batuta improvisada —una pata de mesa robada en la primera posada— para dirigir la sinfonía del caos. Tras él, Kim el del Bajo Catastrofista, clamaba entre lamentos: "¡Rima disonante, katástrofe consonante!", mientras las cuerdas de su bajo rugían como un dragón enfurecido y su rostro se teñía de angustia al ver que una de las clavijas amenazaba con soltarse. "¡Este bajo es del mismísimo averno!", exclamó una anciana desde una ventana, santiguándose al sentir la vibración en su pecho, mientras Alfredo maestro del gran tambor, golpeaba su instrumento con tal ímpetu que las piedras del empedrado parecían danzar bajo sus pies. Su bombo, pintado con manchas de mil colores, retumbaba sin clemencia, y un mozuelo, envalentonado, intentó seguir el ritmo con una cuchara sobre una tinaja, pero Alfredo, con su sonrisa traviesa, aumentó la velocidad hasta dejar al joven con gesto de derrota y las manos enrojecidas.

A su lado, Ramoni el del Aguador del Tambor, evocando las mareas de su infancia, marcaba un ritmo que arrastraba a la muchedumbre como el oleaje a la arena. Sus manos curtidas golpeaban sin cesar mientras la música, como una corriente imparable, hacía que incluso los ancianos de la plaza agitaran sus pañuelos al compás. Jesús el de los Vientos Traseros, maestro del humor involuntario, tocaba su laud mientras soplaba su flauta entre bromas y carcajadas mientras su talento oculto para añadir notas inesperadas arrancaba risas espontáneas y algún que otro abanico agitándose en señal de disimulo. Entre tanto jolgorio, Edu, el Galeri, el Zurdo del Foso Oscuro, decidió alzarse sobre una mesa tambaleante y, guitarra en mano, entonó una copla que dejó al pueblo en silencio: "¡Por Caepión, por el Diezmo y por el moscatel!". Su solo quedó interrumpido cuando el tabernero tropezó con una bandeja de jarras y las viandas volaron por los aires. Edu, con reflejos felinos, atrapó al vuelo una pata de jabalí asada y, sin soltar su guitarra, le dio un mordisco que desató la ovación de los presentes. Entonces, una moza de cabello dorado, impresionada por su destreza, se acercó para estamparle un beso en la mejilla. Los juglares estallaron en risas mientras Jesús improvisaba: "¡El Galeri, el del foso oscuro, que con guitarra y diente seguro, roba besos y carne al vuelo, y a las mozas lleva al cielo!".

La comitiva prosiguió su marcha, serpenteando por callejones y plazas donde el vino corría y la risa era la única ley. Posada tras posada recorrieron, vaciando jarras, devorando viandas y dejando tras su paso un eco que ni el Guadalquivir podrá borrar. En la Posada de la Sirena Borracha, el tabernero quedó desolado al ver sus barriles secos y exclamó: "¡Nunca vi beber tanto ni tan rápido!", mientras los juglares partían tambaleantes hacia su siguiente conquista. Tocaron ante el castillo, donde el Rey, desde su balcón, les arrojó una bolsa de ducados y proclamó: "¡Así se gobierna un reino, con música y moscatel!". Entonces, entre el estruendo de las coplas, una voz se alzó desde la multitud: era David el Bufón, que, con su atuendo remendado y sus cascabeles danzando, gritó: "¡Más vino, más fiesta, menos juicio!". Saltó a una mesa, alzó su copa y añadió: "Porque la música es arma que no hiere, y el vino es remedio que no cura".

La música llenó el local, el tabernero, resignado, sacó más jarras mientras los juglares, el pueblo y hasta el cuervo Joselito del Maestre Pepe de la Casa Star en Babia se unían al festejo. El vino corría, el bombo resonaba, el bajo gruñía y el aire olía a pringá y moscatel. Y entre aquella algarabía, el pueblo entendió que, aunque la corte conspira y el trono tambalea, siempre quedarán los Juglares del Diezmo para convertir una jornada cualquiera en leyenda. Porque en Caepión, la música es más duradera que las traiciones y más fuerte que las murallas.

¡Que viva la música, que vivan los juglares y que nunca falte el vino dulce en las calles del reino