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La Gran Azaña de María de la Flota Naval: "La Rebelde Rosa y el Manto de la Luna

17.02.2025

Era una noche de bruma en el Reino de Caepión, cuando la luna, como una joya olvidada, apenas se asomaba entre las nubes. María de la Flota Naval, Duquesa del Barrero, tramaba una jugada que quedaría grabada en los anales de la corte. Su archienemigo, el Archiduquery de Feria, había anunciado un fastuoso banquete en la playa, donde pretendía deslumbrar al pueblo con fuegos de artificio y mesas rebosantes de manjares.

Pero María, siempre vigilante y tan astuta como un zorro entre viñedos, no podía permitir que su rival monopolizara el favor popular. Con su rosa roja como estandarte, ideó un plan que haría tambalear la reputación del archiduquery y, de paso, sembraría la duda en los corazones de sus aliados.

La Duquesa reunió a sus seguidores más leales y les ordenó prepararse para el golpe maestro: en la noche del banquete, liberarían en la playa cientos de cántaros llenos de agua teñida de rojo, recogida en secreto de las uvas de los viñedos del reino. Cuando la marea subiera, las olas mismas parecerían sangrar bajo la luna, creando un espectáculo aterrador y sublime.

Mientras tanto, María, vestida con un manto de terciopelo negro que la camuflaba en las sombras, se infiltró en el campamento de los juglares que animarían la velada del archiduquery. Con su elocuencia natural y una bolsa de monedas tintineantes, convenció al más travieso de ellos, un tal Borja el Postulante, para que alterara el orden de las canciones. En lugar de alabanzas al anfitrión, los juglares entonarían coplas que narraban la "deslealtad del hombre de la feria" y lo acusaban de vender las riquezas del reino al mejor postor.

La noche llegó, y el banquete comenzó como estaba planeado. Las antorchas iluminaban las mesas y el Archiduquery de Feria, con su característico guiño y copa de moscatel, disfrutaba del aplauso del pueblo. Pero cuando las olas rojas comenzaron a besar la orilla, un murmullo de asombro y temor recorrió a los presentes. ¡El mar parecía sangrar!

Justo entonces, los juglares comenzaron su actuación. Las coplas, afiladas como cuchillos, arrancaron risas nerviosas y miradas inquisitivas hacia el archiduquery. "¿Es verdad?" murmuraban unos. "¿Acaso traicionó al reino?" preguntaban otros. El anfitrión intentó calmar a la multitud con su carisma habitual, pero el daño ya estaba hecho.

María, oculta entre los invitados, disfrutaba del caos con una sonrisa triunfal. Sabía que, aunque el archiduquery recuperaría eventualmente su reputación, aquella noche había sido un golpe certero que la acercaba un paso más a su objetivo de ceñirse la corona.

Desde entonces, la historia de la "Rebelde Rosa y el Manto de la Luna" se cuenta en las tabernas de Caepión como ejemplo de la astucia y la determinación de María de la Flota Naval, la mujer que supo usar las olas y las canciones para tambalear un trono.Era una noche de bruma en el Reino de Caepión, cuando la luna, como una joya olvidada, apenas se asomaba entre las nubes. María de la Flota Naval, Duquesa del Barrero, tramaba una jugada que quedaría grabada en los anales de la corte. Su archienemigo, el Archiduquery de Feria, había anunciado un fastuoso banquete en la playa, donde pretendía deslumbrar al pueblo con fuegos de artificio y mesas rebosantes de manjares.

Pero María, siempre vigilante y tan astuta como un zorro entre viñedos, no podía permitir que su rival monopolizara el favor popular. Con su rosa roja como estandarte, ideó un plan que haría tambalear la reputación del archiduquery y, de paso, sembraría la duda en los corazones de sus aliados.

La Duquesa reunió a sus seguidores más leales y les ordenó prepararse para el golpe maestro: en la noche del banquete, liberarían en la playa cientos de cántaros llenos de agua teñida de rojo, recogida en secreto de las uvas de los viñedos del reino. Cuando la marea subiera, las olas mismas parecerían sangrar bajo la luna, creando un espectáculo aterrador y sublime.

Mientras tanto, María, vestida con un manto de terciopelo negro que la camuflaba en las sombras, se infiltró en el campamento de los juglares que animarían la velada del archiduquery. Con su elocuencia natural y una bolsa de monedas tintineantes, convenció al más travieso de ellos, un tal Borja el Postulante, para que alterara el orden de las canciones. En lugar de alabanzas al anfitrión, los juglares entonarían coplas que narraban la "deslealtad del hombre de la feria" y lo acusaban de vender las riquezas del reino al mejor postor.

La noche llegó, y el banquete comenzó como estaba planeado. Las antorchas iluminaban las mesas y el Archiduquery de Feria, con su característico guiño y copa de moscatel, disfrutaba del aplauso del pueblo. Pero cuando las olas rojas comenzaron a besar la orilla, un murmullo de asombro y temor recorrió a los presentes. ¡El mar parecía sangrar!

Justo entonces, los juglares comenzaron su actuación. Las coplas, afiladas como cuchillos, arrancaron risas nerviosas y miradas inquisitivas hacia el archiduquery. "¿Es verdad?" murmuraban unos. "¿Acaso traicionó al reino?" preguntaban otros. El anfitrión intentó calmar a la multitud con su carisma habitual, pero el daño ya estaba hecho.

María, oculta entre los invitados, disfrutaba del caos con una sonrisa triunfal. Sabía que, aunque el archiduquery recuperaría eventualmente su reputación, aquella noche había sido un golpe certero que la acercaba un paso más a su objetivo de ceñirse la corona.

Desde entonces, la historia de la "Rebelde Rosa y el Manto de la Luna" se cuenta en las tabernas de Caepión como ejemplo de la astucia y la determinación de María de la Flota Naval, la mujer que supo usar las olas y las canciones para tambalear un trono.